Siete meses ahí dentro son muchos meses. La comida racionada y prácticamente sin cocinar, la oscuridad perpetua, no saber si es de día o de noche, cuando tratas de dormir fuera empiezan los ruidos, las sirenas, los gritos. Me muero por un cigarrillo, por un cigarrillo y por un trago. Decían que era físico, que una vez que mi cuerpo fuera nuevo, limpio...entonces pasaría. Una mierda pasaría. Allí metido, sin poder moverme, en un espacio donde no se podía uno ni casi poner en pie...hubiera hecho lo que fuera por llevarme algo al coleto. Siete meses, doscientos diez días, cinco mil cuarenta horas...¿sigo?, no, me imagino que te estarás aburriendo tanto o más que yo. ¿Ha eso lo llaman castigo? ¿a eso lo llaman reinserción? yo lo llamo una completa putada, así lo llamo yo y les diría a todos ellos que se metieran allí, que pasaran una temporada allí dentro y verían lo que es bueno. Siete meses me pegué allí dentro. Y ni una queja, claro, nadie me oía, nadie contestaba mis gritos, dándole patadas a las paredes hasta cansarme, nadie, sólo yo y los gritos, las voces, los ruidos.
Recuerdo haber muerto. Recuerdo los dolores y la impotencia. Recuerdo la mirada desagradable de las enfermeras y los médicos, la pureza blanquísima de las sábanas y el azul amoniacal de los medicamentos, aquella zona del hospital habilitada para los presos, lo recuerdo todo. Y después la oscuridad y las risas. Sí, las risas de las almas puras camino de su siguiente reencarnación, las risas de los que se deslizaban alborozados hacia su nuevo destino, hacia su nueva existencia: árboles magníficos en un parque danés, truchas doradas en algún río de Alabama, cucarachas lustrosas en la penumbra tibia de alguna cañería abandonada... y yo, de nuevo al vientre de mi madre, otra vez lo mismo, otra vez soportar la misma infancia desgraciada, la misma adolescencia confusa, el mismo despertar violento frente a un mundo destrozado con la espalda llena de cardenales. ¿De verdad creen que las cosas van a cambiar? Que esperen, que esperen el tiempo que quieran, que esperen todo el tiempo del mundo.
- El niño ha nacido sano, quizá lo dejemos un tiempo en la incubadora, ya se sabe que con estos sietemesinos es mejor andarse con cuidado. ¿Quiere que avisemos a su padre?
- No, mejor que no, en realidad no tengo ni idea de por dónde debe andar ese cabrón.
Recuerdo haber muerto. Recuerdo los dolores y la impotencia. Recuerdo la mirada desagradable de las enfermeras y los médicos, la pureza blanquísima de las sábanas y el azul amoniacal de los medicamentos, aquella zona del hospital habilitada para los presos, lo recuerdo todo. Y después la oscuridad y las risas. Sí, las risas de las almas puras camino de su siguiente reencarnación, las risas de los que se deslizaban alborozados hacia su nuevo destino, hacia su nueva existencia: árboles magníficos en un parque danés, truchas doradas en algún río de Alabama, cucarachas lustrosas en la penumbra tibia de alguna cañería abandonada... y yo, de nuevo al vientre de mi madre, otra vez lo mismo, otra vez soportar la misma infancia desgraciada, la misma adolescencia confusa, el mismo despertar violento frente a un mundo destrozado con la espalda llena de cardenales. ¿De verdad creen que las cosas van a cambiar? Que esperen, que esperen el tiempo que quieran, que esperen todo el tiempo del mundo.
- El niño ha nacido sano, quizá lo dejemos un tiempo en la incubadora, ya se sabe que con estos sietemesinos es mejor andarse con cuidado. ¿Quiere que avisemos a su padre?
- No, mejor que no, en realidad no tengo ni idea de por dónde debe andar ese cabrón.
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